jueves, 22 de mayo de 2014

¿DE QUÉ ORGULLO CHANKA NOS JACTAMOS? Lo que sé de la cosmovisión pomacochana sobre el kawsay.

Leocadio Ccaccya Enciso

                                                          “Es evidente que no se trata de imaginar que lo pasado siempre es hermoso”
Alberto Flores Galindo

Muchos vociferan ser los descendientes de los chancas, otros tantos se jactan y enorgullecen del Tahuantinsuyo, pero ¿qué de los chankas conservamos aún?
Pomacocha junto a las comunidades vecinas son algunos de los pueblos que como consecuencia de su lejanía pervivió aislada y por ende conservó casi intacta su cultura y tradición de sus antepasados, vale decir, el olvido del Estado oficial paradójicamente hizo que a estos pueblos no penetrara la cultura occidental en forma avasalladora. Hasta los años 90 el proceso de aculturación era mínimo. Decimos que esto fue, hoy con el avance de la tecnología en cuanto a la comunicación y la indiferencia de muchos de sus descendientes parece que solo quedan recuerdos.
Kawsay,: maíz, papa, quinua, pukllana purutu.
A mí, en Pomacocha, me enseñaron lo que Valcárcel1 escribía sobre la vida económica del Tawantinsuyo, que “La tierra en la tradición regnícola, es la madre común: de sus entrañas no solo salen los frutos alimenticios, sino el hombre mismo. La tierra depara todo los bienes.” En consonancia con esa idea Mariátegui2, en sus siete ensayos, afirma que “El indio ha desposado la tierra. Siente que ‘la vida viene de la tierra’ y vuelve a la tierra.” 
No obstante de la sistemática dominación e imposición de la cultura occidental durante cinco siglos, esta manera de ver e interpretar el mundo se mantuvo hasta hace algunos años atrás.
No vamos a referirnos aquí de los apus, ni de los wamanis que Alan García3 cree que debiera derrotarse porque son fórmulas primitivas de religiosidad, dice que es volver al animismo primitivo, pero cuando de sacar provecho político se trata brinda una bebida con los apus; consideramos que estas creencias en un ser sobrenatural son tan igual como lo tuvo y lo tiene cualquier otra civilización, tenemos como ejemplo la religión católica.
Lo que interesa de nuestros antepasados y que nos da un sello de identidad es su legado más preciado: su cultura y tradición. Uno de ellos es el conocimiento adquirido a través de la experiencia en la relación hombre naturaleza sobre la conservación de la diversidad biológica y la utilización sostenible de sus componentes, vale decir, la conservación de la naturaleza orientada a garantizar el beneficio y la existencia de las presentes y futuras generaciones de la humanidad.
Uno de los componentes de aquello era impregnar al ser humano la concepción de que los frutos alimenticios son sinónimos de vida, para ser más precisos, hacer saber a cada hombre que los frutos alimenticios son la vida misma. De allí, no es casual que en quechua kawsay significa vida, del mismo modo, a los frutos alimenticios también se denomina kawsay.
Papa nativa orgánica.
Esta manera de ver e interpretar la naturaleza como un elemento consustancial a la existencia del ser humano hizo que nosotros concibamos a los frutos alimenticios obtenidos de la naturaleza como si tuviesen vida, nos enseñó a tratar como a la vida misma, por ende a cuidarlo, a conservarlo, a no desperdiciar.
Estos conocimientos no estaban en libro alguno, no era una mera teoría que había que aprenderse de paporreta, eran los adultos que nos enseñaban con el ejemplo y en la práctica.
Una de estas prácticas de equiparar a los frutos alimenticios con la vida misma era creer que el fruto comestible lloraba o sufría, aunque solo se trate de un solo grano, cuando se hacía caer o era abandonado en la chacra, en el camino, en la casa o en cualquier otro lugar, había que recogerlo y llevarlo para destinarlo a la finalidad para lo cual existía. Nuestros mayores nos conminaban a recoger el fruto abandonado como si tratase de un ser con sentimientos. No se trata de discutir si el fruto llora o no llora, si sufre o no sufre, aquello es obvio.
En esencia, la finalidad útil y practica de esta creencia es el no desperdiciar la riqueza y dar la utilidad que le corresponde, por más abundancia que hubiese, había la necesidad de prever el futuro, por cuanto en nuestra cosmovisión se considera que cada fruto obtenido de la tierra significa una disminución de la fecundidad de la tierra, por tanto, abandonar o desperdiciar el fruto significaba desperdiciar la tierra en desmedro de las futuras generaciones; ligada a ello estaba el valor solidaridad, por cuanto en este esquema no cabía el individualismo a ultranza y por ende había que tener presente la necesidad de la sociedad en general, un fruto abandonado podía hacer falta en otro lugar.
Choclo orgánico de Pomacocha.
Una práctica asociada y complementaria a la anterior es la especial importancia prestada a todo el proceso para la obtención de los frutos de la naturaleza, lo cual se realizaba con un cuidado especial en cuanto a la preservación de la tierra y los frutos obtenidos de ella. La siembra se realizaba con un ritual donde el maíz (uno de los frutos de mayor consideración) y la tierra era tratada como si fuese una divinidad, los granos de maíz debidamente seleccionados en wayqas (pequeños bolsos de tela de oveja o alpaca) tenían que ser colocados  a un extremo de la chacra, en una zona designada para estas ceremonias y el descanso, para luego colocarle pequeñas ramas de molle como flores, hecho esto se hacía la pagapa4  a la tierra y luego la tinka5 con el pitu6 servido en el wambar7  Terminado esta ceremonia, entre harawis8, se procedía al sembrado. Este ritual de aparente insignificancia e intrascendencia, considerado en estos tiempos como un tribalismo primitivo, cumplía la eficaz función de concientizar lo de la importancia de la naturaleza para el hombre y su consecuente preservación para la pervivencia de la sociedad. Bajo esta concepción, por ejemplo, el maíz cosechado (mis abuelos y luego mis padres cosechaban solo de Willcabamba hasta 80 cargas de llama) debía trasladarse, repito debía, en llamas porque, a decir de mi abuela, el maíz viajaría cantando, en cambio, si se trasladaba en caballos o mulas el maíz iría llorando por lo tosco del caminar de los equinos, las llamas lo llevarían con delicadeza, sus patas como si fuesen almohadillas  amortiguarían los abruptos y accidentados caminos. Estas ceremonias, junto a las otras creencias, que reiteradas veces presencié de niño me dejaron una huella profunda sobre lo que significa la naturaleza.
Achita o kiwicha, en el valle de Lipanqa de Pomacocha.

Trasladada toda la cosecha a la casa, se procedía a seleccionar los frutos de manera tal que se daba la utilidad debida de acuerdo con su calidad y su vida útil, se seleccionaba y guardaba la semilla para el sembrío siguiente, se separaba los de mejor calidad para almacenar y utilizar de acuerdo con la necesidad durante todo el año, a los que estaban levemente dañados había darle un pronto uso, los que ya no eran considerados de provecho para los humanos se destinaba para el consumo de los animales. No podía desperdiciarse, ni menos se podía hacer pudrir, sin exagerar, era casi un sacrilegio para mis abuelos hacer pudrir o botar el kawsay, era como atentar contra la vida misma.
Todo ello, es una manera de ver y concebir el valor de la naturaleza, de entender que el kawsay  es vida y que cualquier conducta humana en perjuicio del kawsay es cometer un acto atentatorio a la vida misma en desmedro de la supervivencia de la especie humana; esto no lo leí en ningún libro, no me enseñaron en la escuela, es un legado de nuestros antepasados transmitidos de generación en generación, sean de los chankas o de los incas.

Reiteramos, lo sustancial no es el ritual ni la creencia, lo esencial es la eficacia del método para poner en práctica el conocimiento adquirido a través de la experiencia sobre la conservación de la diversidad biológica y la utilización sostenible de sus componentes en beneficio de las presentes y futuras generaciones.
Quinua, uno de los alimentos más preciados de origen andino.
Pues bien, ¿qué cabida tiene esta manera de ver e interpretar el mundo en la aldea global, con el conocimiento y la técnica del siglo XXI? Sucede que, en una sociedad consumista, propiciada por el liberalismo económico donde el fin supremo del hombre es la acumulación de la riqueza, hay un inminente peligro de un desastre ecológico para el planeta, precisamente por la desmedida e irresponsable extracción de materia prima. El liberalismo a ultranza no entiende del uso sostenible, el libre mercado no sabe de la solidaridad; en esta sociedad lo que importa es el dinero y la suntuosidad, se prefiere que los frutos se pudran en lugar de paliar la desnutrición, el que tiene dinero arroja a la basura los frutos sabiendo que hay hambruna, aquí en el Perú en los supermercados los panes del día no vendidos hay que arrojar a la basura cuando muchos ni pan tienen, etc., etc. 
En suma, el kawsay en la manera de ver e interpretar el mundo actual, es una mercancía; claro, también para nosotros ahora es una mercancía, hoy abrazamos esta otra forma de entender el mundo, no sé si los chancas o los incas estarían de acuerdo o aceptarían lo orgulloso que somos de ellos.
Lo mismo sucede con el idioma, con sus tradiciones, su cultura, de casi todo nos hemos desprendido,  entonces ¿de qué orgullo hablamos?
No se trata pues, como diría Alberto Flores Galindo9, de alcanzar la modernidad y el progreso a costa del mundo tradicional, dice él, que “el desafío consiste en imaginar un modelo de desarrollo que no implique la postergación del campo y la ruina de los campesinos y que, por el contrario, permita conservar la pluralidad cultural del país.”
  
CITAS:
1.       VALCÁRCEL VIZCARRA, Luis Eduardo; citado por José Carlos Mariátegui en “Siete Ensayos de la Realidad Peruana”, Editora Amauta, 56° edición; Lima. Pág. 54.
2.       MARIÁTEGUI LA CHIRA, José Carlos; en Op. Citada, Pág. 47.
4.       En Pomacocha, pagapa es la ceremonia ritual a la tierra por el cual se da como ofrenda coca, incienso, grasa de llama, tabaco; todo ello se entierra en el lugar destinado para tal fin.
5.       Tinka es el ritual por el cual la persona con alguna bebida se dirige a los apus para pedir una buena producción.
6.       Pitu es una mezcla de chicha de jora con granos tostados de maíz finamente molidos.
7.       Wambar es una especie de vaso hecho de cuerno para beber chicha o el pitu.
8.       Harawi, en Pomacocha, es el canto, con voz muy aguda, que interpretaban las mujeres en la siembra del maíz. Que yo sepa sólo queda una pomacochana que sabe el harawi.
9.       FLORES GALINDO, Alberto; “Buscando un Inca: Identidad y Utopía en los Andes”, Instituto de Apoyo Agrario, 1987; Lima. Pág. 364.