Por César Hildebrant
Artículo publicado en su columna Matices del semanario HILDEBRAND EN SUS TRECE N° 294
Artículo publicado en su columna Matices del semanario HILDEBRAND EN SUS TRECE N° 294
Están asustados. Ahora quieren el
triunfo en primera vuelta. No vaya ser que la roja, la chola igualada, la
comunista le gane a su representante en el ballotage.
Si la derecha peruana fuera
letrada y simpática, qué país sofisticado tendríamos. Pero es un hecho que
tenemos la derecha más hirsuta de Sudamérica, la menos dispuesta a hacer
concesiones, la menos hábil para releer el mundo que se ha creado en estas
últimas décadas.
Cuando la Unión Soviética y el
imperio del Pacto de Varsovia implosionaron, la derecha peruana, que había
leído las solapas de los libros de Fukuyama y había hecho su “culturita” en las charlas de Enrique Chirinos Soto,
creyó que el mundo se detenía, que el debate había terminado y que un solo
libreto se impondría en el gran teatro del mundo.
Pero después han sucedido cosas
importantes. Una de ellas, la de mayor relevancia, es el reconocimiento
científico y mundial de que el planeta se está muriendo y que la era
antropocénica en la que entramos nos pone ante el desafío de la sobrevivencia.
No hay posibilidad alguna, desde
un punto de vista racional, de continuar con este modelo devastador de
desarrollo mundial depredador y bestial. No hay posibilidad alguna, desde la
ética social, de seguir alentando el consumismo que nos hace cada día más
ansiosos por las naderías. No hay posibilidad alguna, desde la prospectiva
estadística, de continuar con esta dependencia de los hidrocarburos. No hay
posibilidad alguna de seguir teniendo como paradigma sacro el modelo que nos
obliga a crecer tanto por ciento al año a costa de contaminarlo todo con el
miasma del llamado progreso. No hay, en suma, modo alguno de seguir creyendo
que el capitalismo salvaje nos sacará del abismo al que nos ha arrastrado. No
habrá solución planetaria sin consensos próximos al socialismo, entendido este,
precisamente, como la primacía de lo comunitario.
El mundo, tarde o temprano, se
dirigirá a nuevos rumbos. Hay ya pequeñas ciudades en Europa que tienen su
propia moneda comunitaria y que están logrando contratos sociales novedosos
basados en la conservación del ambiente y en la reivindicación de aquella
utopía olvidada por las hienas: la paz social, la concurrencia libre de
intereses, la búsqueda de la felicidad. Hay economistas, cada día más
importantes, que pregonan el “no crecimiento” como una solución futurista que
tendría que haber empezado ya. Y hay en todo el mundo una ola de desasociego y
rabia causada por la creciente desigualdad que el liberalismo sin conciencia no
ha hecho sino acrecentar. El mundo, en suma, no puede seguir estando en manos
de banqueros ladrones, corporaciones sin ley, jefes de gobierno al servicio del
crimen y de las guerras.
En medio de todo este debate que
atañe a lo que pasará con nuestros nietos, la derecha peruana aparece como un
personaje de Bryce, una señora huachafa y aterrorizada porque alguien habla de
cambiar la Constitución que se armó tras el golpe de Estado. Sí, esa
Constitución que dice que lo privado es absoluto y que el Estado minimalista
debe abandonar sus obligaciones nacionales de arbitraje y tuición social. El
imperio del hampa empresarial se construyó también bajo su sombra.
La derecha peruana lee “Perú21” y
cree que allí están todas las respuestas. Lee “El Comercio” y cree que Roberto
Abusada es un experto desinteresado. Lee a Carlitos Adrianzén y suspira de
alivio. Lee a Arturo Salazar Larraín y ya no necesita visitar museos. Está loca
la derecha peruana. Ignora lo que se cocina en el sur, no tiene la menor idea
de la indignación que producen sus medios concentrados, su terquedad ignara, su
desprecio, el egoísmo de clan de sus propósitos, su fujimorismo manchado de
sanguaza, la espesa niebla con la que pretende cancelar todo debate y llamar
“populista” o “rojo” a todo aquel que no toque ese mismo vinilo que no cesa de
sonar.
Fue la derecha peruana la que
produjo a Sendero Luminoso. Y si Velasco Alvarado no hubiese hecho la reforma
agraria, Sendero Luminoso habría tenido el apoyo de las grandes masas
resentidas por el gamonalismo serrano. Fueron esos campesinos favorecidos por
Velasco los que, a la postre, decidieron la derrota de Guzmán y sus huestes
asesinas. Es tan ciega y tan torpe la derecha peruana que ni siquiera pudo
darse cuenta de eso.
Votar por la derecha es votar por
lo que nos ha postrado y desintegrado como nación. Votar por la derecha es
votar por el Perú de las derrotas, del aire viciado, del conformismo que oxida.
La derecha es el pasado que se niega a morir. Es la vieja actriz que luchará
con todos sus trucos y todos sus escotes para no salir de escena. Y si la
izquierda ha aprendido la lección y ya no postula que Cuba es el paraíso, si ya
no dice que la Venezuela de hoy es un ejemplo, si ya no cree que la
responsabilidad fiscal es una tontería ni sostiene que la inversión privada es
prescindible, entonces es que el tablero está definido.
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